Las aguas fluyentes que se almacenan y regulan en los
embalses pueden tener concentraciones elevadas de fósforo y nitrógeno
procedentes, tanto de los vertidos de origen urbano o industrial, en forma de
contaminación puntual, o como resultados de prácticas agrarias y ganaderas, en
forma de contaminación difusa. Estas altas concentraciones pueden desencadenar
el proceso de eutrofización según el cual las aguas naturales son fertilizadas
con esas sustancias -fósforo y nitrógeno- en forma asimilable por la vegetación
acuática, lo que origina el crecimiento de la población vegetal, el incremento
de la productividad en todos los niveles de la cadena alimentaria y una
degradación de las características físico-químicas del agua que, si es muy
elevada, resulta incompatible con los usos a los que esté destinado el embalse.
En el gráfico siguiente se aporta un esquema del
funcionamiento ideal de un embalse bajo esta perspectiva.
En la cuenca, el origen natural de la eutrofización juega un
importante papel, ya que en la gran mayoría de los embalses se dan las
condiciones geomorfológicas y climáticas para ello, como son: cubetas poco
profundas, rocas no calcáreas, suelos ricos en nutrientes y un clima templado
con escasas precipitaciones. La gran irregularidad pluviométrica interanual
ocasiona que la tasa de renovación de las aguas embalsadas pueda ser muy
diferente de unos años a otros y condiciona, igualmente, el nivel de eutrofia
del embalse. Este proceso natural se ve acelerado, además, por los aportes
antrópicos-eutrofización cultural- de nutrientes que pueden ser puntuales o
difusos y de origen doméstico, industrial, agrícola o ganadero.
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