Pompeya y Herculano fueron enterradas por una violenta erupción del volcán Vesubio el 24 de agosto del año 79 d.C. y sus habitantes fallecieron debido al flujo piroclástico. En sus proximidades se levanta la moderna y actual ciudad de Pompeya. La espesa capa de material eruptivo que la sumergió, constituido en la mayor parte por cenizas, le ha permitido a la ciudad llegar íntegra hasta nuestros días no sólo en su arquitectura, sino también en todo lo que había en el interior de las casas o dentro de las tiendas ofreciendo un cuadro de la vida cotidiana increíblemente fascinante.
Fuentes:
Pompeya
Herculano
Monte Vesubio
Pompeya había quedado cubierta por una capa bastante menos gruesa de cenizas volcánicas solidificadas, tras la que se encontró otra mucho más ligera de lapilli (pequeñas piedras expulsadas durante una erupción volcánica); por ello, el acceso a las ruinas fue desde el principio mucho más fácil. Inicialmente los excavadores se sintieron decepcionados, pues no daban con las elegantes esculturas por las que suspiraba el rey. Durante dos años exploraron dos zonas opuestas de la ciudad, el anfiteatro y la vía de los Sepulcros. Tras una pausa, en el año 1755 se reanudaron los trabajos, siempre bajo la dirección de Alcubierre, que se mantuvo en el puesto hasta 1780. Los hallazgos se sucedieron: la villa de Cicerón, la finca de Julia Félix, más tarde el teatro Grande, el odeón, la villa de Diomedes y el templo de Isis. La expectación por los descubrimientos se extendió por toda Europa, y gran número de estudiosos, y también de simples curiosos –lo que hoy llamaríamos turistas–, empezaron a llegar al yacimiento para contemplar los edificios desenterrados, las estatuas y los primeros frescos que quedaban a la vista. El templo de Isis despertó especial interés; era el primer espacio sacro que se excavaba en Pompeya, el mejor conservado y, sobre todo, el primer santuario egipcio que podían ver con sus propios ojos los europeos, pues el viaje al país de los faraones no era factible en aquella época.
ResponderEliminarEl trabajo de Alcubierre y su equipo fue desde el principio objeto de fuertes críticas. El estudioso alemán Winckelmann, por ejemplo, escribía en 1762: «La incompetencia de este hombre [Alcubierre], que ha tenido tanto contacto con la Antigüedad como las gambas con la Luna, ha provocado la pérdida de muchas cosas hermosas». Se criticaba que la finalidad última de las excavaciones no era otra que la de encontrar objetos de valor, especialmente esculturas, que embelleciesen el palacio del rey, por lo que se desechaban otros objetos que no resultaban relevantes.